PREAMBULO.
Levantar
a las 4.15 horas de la mañana, tras un sueño irregular, para desayunar con
suficiente antelación. Última revisión de las pertenencias de la marcha
(mochila, crema antiinflamatoria, chubasquero, gorra, móvil, muda, cámara de
fotos...) y aplicación de vaselina sobre las zonas sensibles. Salgo de casa con
el coche bajo un sobrecogedor silencio, en dirección a la C/San Jaime, núm.
135 de Almazora, y tras recoger a Sebas y a Juan Pedro aparecemos-no sin
dificultades de orientación-por una calle oscura y despoblada en el
extrarradio de la población, adonde van llegando paulatinamente los primeros
vehículos.
Refresca en las horas
previas al amanecer y las farolas proyectan sombras silenciosas sobre el
pavimento. Incertidumbre callada en mis acompañantes ante la desconocida
experiencia y los rostros anónimos e impersonales que se van agolpando en
derredor. Hombres maduros, atletas, simples senderistas, caminantes, algunas
mujeres... cien personas se hacinan en torno a la furgoneta de intendencia,
donde dejamos las bolsas personales tras recepcionar un número identificativo.
Mi extrañeza por un fragmento de muralla en medio de una calle adyacente, bajo
un ligero mareo atribuible a los nervios.
Breve
discurso de Ferrán, alma mater de la marxa a peu: aunque unos puntos amarillos
marcan el itinerario, no conviene perder la estela de aquellos que conocen el
recorrido, ni descartar el calor en las fases intermedias de la marcha ni los
chubascos o los descensos de temperaturas en las zonas más elevadas. Se me hace
extraña la ausencia de Efrén, mientras el fotográfo deambula errante en medio
de tanta nebulosa. No hay foto de grupo ni cohete este año: la estampida humana
sale agrupada a las 6.00 h de la mañana tras una inaudible voz que anuncia la
salida.
PRIMER
TRAMO: ALMAZORA-RAMBLA DE LA VIUDA-PONT DEL MERCADER.
La
comitiva se desplaza a buen ritmo y en compacta peregrinación desde los
primeros minutos, dejando a su paso una estela de voces que se pierde entre la
oscuridad de las travesías colindantes. Remontamos una carretera asfaltada
hacia el Polígono la Rambla y les Forques, sin actividad a esas horas del día,
dejando atrás una gasolinera BP, la Planta de Reciplasa y la espectral figura
de una subestación eléctrica en el margen derecho. Vehículos ocasionales.
Ciclistas. Un camión pasa a gran velocidad. Sobrepasamos diversos puentes sobre
la N-340, la AP-7 y la CV-10, por un tramo paralelo a la Rambla de la Viuda. Camí
Pla de Museros: una senda flanqueda por huertos de naranjos nos muestra,
bajo la penumbra, construcciones en ruina y granjas abandonadas.
Amanece
al llegar a la Rambla de la Viuda, ocho kilómetros después. En la
nebulosa lejanía se atisban las primeras montañas y la difusa silueta del
Penyagolosa, destino final del recorrido. El avance se complica en un inhóspito
paraje surcado de cantos rodados e irregulares ondulaciones del terreno. Las
primeras fotografías de la jornada muestran a diversos subgrupos que avanzan
dispersos sobre el lecho de un río de rocas prehistóricas. Tenue luminosidad en
el horizonte.
Mis
acompañantes hablan confiados y no parecen precisar-de momento- de terapia
psicológica ni de motivación adicional por pura ignorancia hacia lo
desconocido. Palabras ocasionales con J.D, abogado y viejo camarada de pleitos
municipales. Sebas sufre un "arrebato de nostalgia" y rememora su
historial militar en la Armada, con anécdotas espeluznantes. Primeras
detenciones por la incontinencia urinaria, entre los juncos, que nos obliga a
recuperar al trote ligero las posiciones perdidas. Entre tanta dispersión se
hace necesario, por primera vez, identificar sobre las rocas los puntos
amarillos, que emergen en el margen izquierdo para llevarnos hacia una pequeña
elevación y un camino que enlaza con el primer avituallamiento, en el Pont
del Mercader (Carretera de Ribesalbes). 11.5 Km de marcha y aproximadamente
dos horas desde la salida.
SEGUNDO
TRAMO: PONT DEL MERCADER-CAMÍ DEL REGATELL-ALCORA.
Cinco
minutos de parada técnica en el primer avituallamiento, frente a una larga mesa
y la furgoneta de la intendencia. Aún refresca. El grupo permance todavía
compacto, salvo un reducido grupo que ya ha desaparecido. Al reanudar la
marcha-un puente de piedra, un grupo de colinas, un sendero serpenteante- nadie
desea permanecer aislado ni perder las referencias con el resto. Ligeras
elevaciones. Primeros bosques de pinares. Senda y pista, alternativamente. Nos
adentramos por el linde de algunas edificaciones rurales, en medio de una
arboleda de pinos, para descender en fila india hacia el cauce de un río seco y
resbaladizo que nos impide descubrir -por un error de apreciación-la presa del
pantano de María Cristina.
Fotos
en cualquier rincón del recorrido. Camí del Regatell. Se suceden
urbanizaciones aisladas y construcciones ganaderas sobre un camino asfaltado
con escasas bifurcaciones que se prolonga inalterable durante varios
kilómetros. Primeros rayos de sol. Extensos campos de cítricos en los
laterales. Ladridos de perros ante la presencia humana y cierta monotonía en el
grupo que nos acompaña, atenuada con los intentos colectivos de trotar sin
sentido ni criterio, desgastando energías inútilmente. Mis
acompañantes-novatos-no son todavía conscientes de que esta marxa a peu no es
una romería ni una caminata dominguera.
Llegamos
a la carretera que enlaza Onda con Alcora, con despiste general para encontrar
el punto amarillo. Remontamos la carretera por el margen izquierdo en amigable
peregrinación vislumbrando la proximidad de Alcora, cuyas casas de altura
desigual parecen apiñarse desordenadamente sobre una colina. Al llegar a
nuestro inmediato destino-Plaza de España- han transcurrido tres horas,
treinta y tres minutos, 22 kilómetros y un desnivel acumulado de 500 metros. Las
fuerzas continúan intactas.
TERCER
TRAMO. ALCORA-TORREMUNDO-LUCENA
Alcora. El
segundo avituallamiento, en el centro del pueblo, es un almuerzo encubierto y
una parada técnica para el reposo físico y el asentamiento psicológico.
Fotos y whatss a nuestras respectivas mujeres. Hacinamiento colectivo frente a
la mesa improvisada. Plátanos y dulces. Bebidas isotónicas. Reposición de agua
en las mochilas. Sabias instrucciones de Ferrán, la voz de la experiencia.
Salida
de Alcora hacia la ermita de San Vicente, desde una elevación asfaltada
en las afueras del pueblo. Ante nosotros una estructura de columnatas junto a
una fuente de agua detenida. Una mujer se confiesa, arrodillada, ante la puerta
principal del ermitorio. Aparecen las mangas cortas. Primera ascensión de
entidad por un sendero irregular de guijarros que desemboca en un túmulo de
colinas serpeteantes de bajo matorral y dispersas arboledas que nos lleva hacia
la imponente Cruz de Torremundo, tras una última subida de cierta
exigencia. Espectaculares vistas del horizonte y de las poblaciones
aledañas. El cielo comparece luminoso, con nubes blancas y resplandecientes,
salvo una gris nebulosidad en las montañas lejanas. Una fresca brisa atenúa el
impacto de los rayos de sol.
Alcanzamos la cruz junto a
un grupo compacto, en una posición intermedia, tras recibir la bendición de una
peregrinación religiosa que descendía hacia nosotros ("que tengan un buen
día"). 500 metros de ascenso en algo más de una hora. Parada obligada en
el monumento cristiano. Fotos y recuperación física. Juan Pedro, con los pies
devastados por unas plantillas ajugereadas, cambia de calcetines y ya no
volvería a quejarse de su pisada.
Reanudamos
la marcha en solitario, sin otra referencia que la senda recta y los puntos
amarillos. De repente soy consciente de que ya nada será igual, de que los
diversos ritmos de la gente nos irán dispersando, y de que estamos condenados a
tramos de deambulación solitaria por parajes desconocidos. Desde las
elevaciones se vislumbra el hormigueo de los grupos aislados que van avanzando
en la lejanía.
El
sol parece ocultarse. Durante los descensos, siento pequeñas molestias en los
talones y en las uñas que finalmente se van desvaneciendo. Imponentes cortados
y desfiladeros. El pico de Penyagolosa lejano, difuso, en el horizonte.
Mientras Sebas muestra a la mañana su estampa de legionario profesional (gafas
fashion-Decathlon, gorra cuasi militar), Juan Pedro se limita a contestar
llamadas desde el teléfono móvil mientras las fotos van inmortalizando nuestra
intrahistoria cotidiana.
Seguimos avanzado en
solitario. Súbitamente el sendero se extingue y los puntos amarillos nos embarcan
hacia una vaguada selvática e impenetrable en la que apenas se puede caminar
sin impactar con la maleza. Tras algunas vacilaciones alcanzamos la Font del
Raudó, este año sin caudal: pequeña decepción a 664 metros de altitud.
Remontando una ruta colonizada por masías alcanzamos la Ctra. Lucena-
Argelita, en un monótono descenso de 2,5 km en el que apenas se cruzan
automóviles y desde el que vislumbramos un gran complejo industrial hundido en
la espesura. Carteles indicadores: Lucena. Nos acompaña y alienta, hacia el
tercer avituallamiento, un miembro de la organización. Km 35. Las fuerzas y la
ilusión continúan, sorprendemente, inalterables. Han pasado seis horas y
treinta y ocho minutos.
CUARTO
TRAMO. LUCENA-MAS DE LA COSTA-LLOMA SALTADORA-SAN JUAN.
Lucena del Cid: enclave
rural de casas blancas y callejuelas angostas en un entorno de gran belleza paisajística.
Avituallamiento en un callejón que accede a la Plaza del pueblo. Hambre voraz.
Reposo y revisión del calzado en las aceras, mientras los diferentes subgrupos
van llegando y saliendo sucesivamente. Palabras con mi amigo Raúl Peris,
miembro de la organización- hoy en labores de escoba- y con el que comento el
desaliento que nos embargó en la edición de 2010 cuando la lluvia detuvo la
marcha en Lucena. En camino veinte minutos después.
Comienza la terapia
psicológica sobre mis dos acompañantes, todavía escépticos con la dureza del
recorrido. Saliendo de Lucena descendemos por la nueva ruta dels Molins, tramo
empedrado que accede a una maraña de juncos entre las aguas del río, dejando a
nuestras espaldas la visión panorámica de las masías diseminadas del pueblo.
Un
largo tramo de carretera asfaltada y un desvío a la izquierda con un siniestro
cartel: Mas de la Costa. Comienza el infierno. Fotos ingenuas
allí mismo, en un vano intento desmitificador. Ante nosotros una pista
de hormingón en ondulante ascensión con desniveles de vértigo que superan el
30%. Sebas dedide subir en solitario a la carrera, para detenerse a los pocos
minutos rendido a la evidencia. Absoluta dispersión entre los grupos. Algún
caminante solitario. Imponentes perspectivas de montañas y valles. Ascendemos a
buen ritmo, sin alardes deportivos, un tanto erráticos y con prolongados
silencios. Las suaves temperaturas minimizan el esfuerzo. Alcanzamos
relativamente frescos nuestro objetivo, a 938 metros de altitud.
Reposición
de energías en el cuarto control, en una superficie boscosa donde nos detenemos
por unos minutos. Cuando Ferrán comenta que quedan cuatro horas y media hasta
San Juan, intuimos haber superado las pruebas más exigentes. Estábamos
equivocados. Hasta alcanzar los 1.300 metros de altitud de la Lloma Saltadora
el recorrido (PR 79) se nos hace interminable y especialmente duro, con
las fuerzas justas y la abrumadora soledad de quien recorre un desierto sin
referencias temporales. El paisaje se torna abrupto, irregular. Se ensancha el
horizonte, crecen sin cesar los desniveles. Colinas desnudas de singular
belleza se alternan con masas forestales de vegetación pirenaica. Cortados,
desfiladeros. Pendientes. Indómitos senderos sin final. Suave brisa. La
naturaleza se expande, el milagro se multiplica.
Mas de Montoliu, Lloma
Saltadora. Buitres leonados planeando sobre el
ganado y también-por qué ocultarlo-sobre nuestras cabezas. Llegando al
Mas del Collado nos sorprende la visión lateral y cercana del macizo de
Penyagolosa, cuya imponente estructura de granito permanece varada en la
niebla de los tiempos. En apenas 10
kilómetros hemos superado un desnivel aproximado de 1.000 metros.
Cierto
reagrupamiento colectivo alcanzando el quinto control, oculto tras una pista
empedrada por la que accedemos con reservas por la inexistencia-aparente-de
puntos amarillos. Las piernas cansadas, el ánimo incorruptible. Conversación
con los caminantes y los miembros del control. Mientras unos comen manzanas,
otros-nosotros- optan por los bollitos de crema y chocolate: explicación
racional de la disparidad física del caminante. Al partir hacia la Pista del
Remolcador nos acompaña un tramo Groucho Marx, habitual practicum en las
carreras de asfalto: 59 años, 450 medias y 55 maratones, si no me falla la
memoria. No existen palabras para explicar mi admiración.
Atajando
por una sendero señalizado, en el margen izquierdo del camino, desembocamos en
la Banyadera. Pista prolongada, eterna, que avanza entre ondulaciones
polvorientas. Han fallado los pronósticos y no va a llover. Un hito
gris, con inscrustaciones metálicas, anuncia en un lateral el Parc Natural
de Penyagolosa. La pesadez de piernas y el cansancio no pueden disipar
nuestro buen humor: Juan Pedro sufre un arrebato místico y carga un
pesado tronco sobre sus espaldas, mientras Sebas es el llanero solitario que
camina arqueado por un descomunal escaldamiento en la entrepierna.
Convenimos
que ahora no superaríamos un estudio científico de pisada ni un escaner
cerebral, y que un análisis de orina revelaría múltiples anomalías. Llegando a
la base del pico no vacilamos: vamos a subir. Un último esfuerzo. Resta
hora y media de recorrido. Descienden las temperaturas. Son las 18.00 h de la
tarde.
Desde
la bella perspectiva de la explanada inferior contemplamos la inmensa mole de
piedra parcialmente cubierta por la niebla. Tantos recuerdos, tantas
ascensiones, el tiempo detenido en épocas remotas y en días que se fueron.
Avanzamos con lentitud por un minúsculo sendero enmarcado entre laderas erosionadas
y escasa vegetación, siempre hacia arriba, entre guijarrros y rocas
cuaternarias, junto a pinares diseminados y caminantes que descienden a paso
ligero en un goteo continuo, mientras a lo lejos arboledas y colinas se
desdibujan como la imagen de un cuadro pintado en el horizonte. Superando un
refugio de montaña el paisaje se endurece. Arboles dispersos, bajo matorral. Ya
se perfila la cumbre, coronada en lo más alto por un montículo de piedra.
Ultimo tramo de ascensión sobre un sendero serpenteante y desnudo, entre
piedras fragmentadas. Venticinco minutos después llegamos exhaustos a lo más
alto, a la altura mítica de 1.814 metros. Sencillas estructuras de
piedra nos contemplan. Pendientes de vértigo junto a la permanente huella del
hombre. Fotos de la vasta lejanía circundante, dominada por la niebla, desde la
humana curiosidad por explorar los confines desconocidos. Una inscripción
mitológica sobre una losa de piedra: "Penyagolosa, Penyagolosa, gegant de
pedra....". Contemplando los límites de la provincia en el inabarcable
horizonte de mi visión siento que es esa, y no otra, mi patria verdadera.
Bajamos de la cumbre a
horcajadas, en sentido inverso a la ascensión. Lento descenso hacia San Juan
por el Barranc de la Pegunta, bosque de insólita belleza cuyo
sobrecogedor silencio, a esas horas de la tarde, sólo se ve truncado por el
aleteo de los pájaros en las copas de los árboles. Sombras mágicas a la luz del
atardecer. Vegetación indómita entre pinos frondosos, de altura descomunal.
Bifurcaciones. Lejanías. Avanzamos como autómatas, sin apenas fuerzas pero
exultantes por la inminencia del objetivo. Un contorno difuso se vislumbra en
lo lejos, entre las tupidas arboledas: San Juan. Cuando alcanzamos el
empedrado del ermitorio han transcurrido 58 kilómetros y doce horas y cuarenta
y seis minutos desde la salida.
Miembros
de la organización y curiosos en los aledaños. Todos los participantes se van
reagrupando en los alrededores. Recuperación con bocadillos y caldo reparador
en el bar. Mobiliario rústico, mesas de madera, arcadas de piedra: siempre me
conmoverá el ambiente relajado del entorno tras una jornada extenuante. Breves
reflexiones con los conocidos y cambio de indumentaria bajo los arcos del
ermitorio, mientras mis acompañantes se muestran convencidos de repetir la
experiencia en 2015. La organización, los vehículos de intendencia, las
señalizaciones, el trato humano.... todo impecable y perfecto, como siempre. El
autobús nos devuelve a Almazora tras un largo viaje caracterizado por la
somnoliencia y los whatss telefónicos. Noche cerrada al descender.
Hace
algún tiempo, un grupo de senderistas amantes de la naturaleza y de nuestras
tradiciones abrió una nueva ruta hacia San Juan de Penyagolosa desde Almazora,
desafiando la inaccesibilidad de la naturaleza. Un sentido homenaje a todos
aquellos que de manera altruista y desinteresada han contribuido con su
esfuerzo a este pequeño milagro.
FIN
FIN