CRÓNICA ALMASSORA - PENYAGOLOSA 2014

XVI PUJADA A PEU ALMASSORA-PENYAGOLOSA 2014: LA EXPERIENCIA DE CARLOS, SEBAS Y JUAN PEDRO


PREAMBULO.

Levantar a las 4.15 horas de la mañana, tras un sueño irregular, para desayunar con suficiente antelación. Última revisión de las pertenencias de la marcha (mochila, crema antiinflamatoria, chubasquero, gorra, móvil, muda, cámara de fotos...) y aplicación de vaselina sobre las zonas sensibles. Salgo de casa con el coche bajo un sobrecogedor silencio, en dirección a la C/San Jaime, núm. 135 de Almazora, y tras recoger a Sebas y a Juan Pedro aparecemos-no sin dificultades de orientación-por una calle oscura y despoblada en el extrarradio de la población, adonde van llegando paulatinamente los primeros vehículos.

Refresca en las horas previas al amanecer y las farolas proyectan sombras silenciosas sobre el pavimento. Incertidumbre callada en mis acompañantes ante la desconocida experiencia y los rostros anónimos e impersonales que se van agolpando en derredor. Hombres maduros, atletas, simples senderistas, caminantes, algunas mujeres... cien personas se hacinan en torno a la furgoneta de intendencia, donde dejamos las bolsas personales tras recepcionar un número identificativo. Mi extrañeza por un fragmento de muralla en medio de una calle adyacente, bajo un ligero mareo atribuible a los nervios.

Breve discurso de Ferrán, alma mater de la marxa a peu: aunque unos puntos amarillos marcan el itinerario, no conviene perder la estela de aquellos que conocen el recorrido, ni descartar el calor en las fases intermedias de la marcha ni los chubascos o los descensos de temperaturas en las zonas más elevadas. Se me hace extraña la ausencia de Efrén, mientras el fotográfo deambula errante en medio de tanta nebulosa. No hay foto de grupo ni cohete este año: la estampida humana sale agrupada a las 6.00 h de la mañana tras una inaudible voz que anuncia la salida.

PRIMER TRAMO: ALMAZORA-RAMBLA DE LA VIUDA-PONT DEL MERCADER.

La comitiva se desplaza a buen ritmo y en compacta peregrinación desde los primeros minutos, dejando a su paso una estela de voces que se pierde entre la oscuridad de las travesías colindantes. Remontamos una carretera asfaltada hacia el Polígono la Rambla y les Forques, sin actividad a esas horas del día, dejando atrás una gasolinera BP, la Planta de Reciplasa y la espectral figura de una subestación eléctrica en el margen derecho. Vehículos ocasionales. Ciclistas. Un camión pasa a gran velocidad. Sobrepasamos diversos puentes sobre la N-340, la AP-7 y la CV-10, por un tramo paralelo a la Rambla de la Viuda. Camí Pla de Museros: una senda flanqueda por huertos de naranjos nos muestra, bajo la penumbra, construcciones en ruina y granjas abandonadas.

Amanece al llegar a la Rambla de la Viuda, ocho kilómetros después. En la nebulosa lejanía se atisban las primeras montañas y la difusa silueta del Penyagolosa, destino final del recorrido. El avance se complica en un inhóspito paraje surcado de cantos rodados e irregulares ondulaciones del terreno. Las primeras fotografías de la jornada muestran a diversos subgrupos que avanzan dispersos sobre el lecho de un río de rocas prehistóricas. Tenue luminosidad en el horizonte.




Mis acompañantes hablan confiados y no parecen precisar-de momento- de terapia psicológica ni de motivación adicional por pura ignorancia hacia lo desconocido. Palabras ocasionales con J.D, abogado y viejo camarada de pleitos municipales. Sebas sufre un "arrebato de nostalgia" y rememora su historial militar en la Armada, con anécdotas espeluznantes. Primeras detenciones por la incontinencia urinaria, entre los juncos, que nos obliga a recuperar al trote ligero las posiciones perdidas. Entre tanta dispersión se hace necesario, por primera vez, identificar sobre las rocas los puntos amarillos, que emergen en el margen izquierdo para llevarnos hacia una pequeña elevación y un camino que enlaza con el primer avituallamiento, en el Pont del Mercader (Carretera de Ribesalbes). 11.5 Km de marcha y aproximadamente dos horas desde la salida.

SEGUNDO TRAMO: PONT DEL MERCADER-CAMÍ DEL REGATELL-ALCORA.

Cinco minutos de parada técnica en el primer avituallamiento, frente a una larga mesa y la furgoneta de la intendencia. Aún refresca. El grupo permance todavía compacto, salvo un reducido grupo que ya ha desaparecido. Al reanudar la marcha-un puente de piedra, un grupo de colinas, un sendero serpenteante- nadie desea permanecer aislado ni perder las referencias con el resto. Ligeras elevaciones. Primeros bosques de pinares. Senda y pista, alternativamente. Nos adentramos por el linde de algunas edificaciones rurales, en medio de una arboleda de pinos, para descender en fila india hacia el cauce de un río seco y resbaladizo que nos impide descubrir -por un error de apreciación-la presa del pantano de María Cristina.




Fotos en cualquier rincón del recorrido. Camí del Regatell. Se suceden urbanizaciones aisladas y construcciones ganaderas sobre un camino asfaltado con escasas bifurcaciones que se prolonga inalterable durante varios kilómetros. Primeros rayos de sol. Extensos campos de cítricos en los laterales. Ladridos de perros ante la presencia humana y cierta monotonía en el grupo que nos acompaña, atenuada con los intentos colectivos de trotar sin sentido ni criterio, desgastando energías inútilmente. Mis acompañantes-novatos-no son todavía conscientes de que esta marxa a peu no es una romería ni una caminata dominguera.

Llegamos a la carretera que enlaza Onda con Alcora, con despiste general para encontrar el punto amarillo. Remontamos la carretera por el margen izquierdo en amigable peregrinación vislumbrando la proximidad de Alcora, cuyas casas de altura desigual parecen apiñarse desordenadamente sobre una colina. Al llegar a nuestro inmediato destino-Plaza de España- han transcurrido tres horas, treinta y tres minutos, 22 kilómetros y un desnivel acumulado de 500 metros. Las fuerzas continúan intactas.

TERCER TRAMO. ALCORA-TORREMUNDO-LUCENA

Alcora. El segundo avituallamiento, en el centro del pueblo, es un almuerzo encubierto y una parada técnica para el reposo físico y el asentamiento psicológico. Fotos y whatss a nuestras respectivas mujeres. Hacinamiento colectivo frente a la mesa improvisada. Plátanos y dulces. Bebidas isotónicas. Reposición de agua en las mochilas. Sabias instrucciones de Ferrán, la voz de la experiencia.




Salida de Alcora hacia la ermita de San Vicente, desde una elevación asfaltada en las afueras del pueblo. Ante nosotros una estructura de columnatas junto a una fuente de agua detenida. Una mujer se confiesa, arrodillada, ante la puerta principal del ermitorio. Aparecen las mangas cortas. Primera ascensión de entidad por un sendero irregular de guijarros que desemboca en un túmulo de colinas serpeteantes de bajo matorral y dispersas arboledas que nos lleva hacia la imponente Cruz de Torremundo, tras una última subida de cierta exigencia. Espectaculares vistas del horizonte y de las poblaciones aledañas. El cielo comparece luminoso, con nubes blancas y resplandecientes, salvo una gris nebulosidad en las montañas lejanas. Una fresca brisa atenúa el impacto de los rayos de sol.

Alcanzamos la cruz junto a un grupo compacto, en una posición intermedia, tras recibir la bendición de una peregrinación religiosa que descendía hacia nosotros ("que tengan un buen día"). 500 metros de ascenso en algo más de una hora. Parada obligada en el monumento cristiano. Fotos y recuperación física. Juan Pedro, con los pies devastados por unas plantillas ajugereadas, cambia de calcetines y ya no volvería a quejarse de su pisada.



Reanudamos la marcha en solitario, sin otra referencia que la senda recta y los puntos amarillos. De repente soy consciente de que ya nada será igual, de que los diversos ritmos de la gente nos irán dispersando, y de que estamos condenados a tramos de deambulación solitaria por parajes desconocidos. Desde las elevaciones se vislumbra el hormigueo de los grupos aislados que van avanzando en la lejanía.




El sol parece ocultarse. Durante los descensos, siento pequeñas molestias en los talones y en las uñas que finalmente se van desvaneciendo. Imponentes cortados y desfiladeros. El pico de Penyagolosa lejano, difuso, en el horizonte. Mientras Sebas muestra a la mañana su estampa de legionario profesional (gafas fashion-Decathlon, gorra cuasi militar), Juan Pedro se limita a contestar llamadas desde el teléfono móvil mientras las fotos van inmortalizando nuestra intrahistoria cotidiana.

Seguimos avanzado en solitario. Súbitamente el sendero se extingue y los puntos amarillos nos embarcan hacia una vaguada selvática e impenetrable en la que apenas se puede caminar sin impactar con la maleza. Tras algunas vacilaciones alcanzamos la Font del Raudó, este año sin caudal: pequeña decepción a 664 metros de altitud. Remontando una ruta colonizada por masías alcanzamos la Ctra. Lucena- Argelita, en un monótono descenso de 2,5 km en el que apenas se cruzan automóviles y desde el que vislumbramos un gran complejo industrial hundido en la espesura. Carteles indicadores: Lucena. Nos acompaña y alienta, hacia el tercer avituallamiento, un miembro de la organización. Km 35. Las fuerzas y la ilusión continúan, sorprendemente, inalterables. Han pasado seis horas y treinta y ocho minutos.

CUARTO TRAMO. LUCENA-MAS DE LA COSTA-LLOMA SALTADORA-SAN JUAN.

Lucena del Cid: enclave rural de casas blancas y callejuelas angostas en un entorno de gran belleza paisajística. Avituallamiento en un callejón que accede a la Plaza del pueblo. Hambre voraz. Reposo y revisión del calzado en las aceras, mientras los diferentes subgrupos van llegando y saliendo sucesivamente. Palabras con mi amigo Raúl Peris, miembro de la organización- hoy en labores de escoba- y con el que comento el desaliento que nos embargó en la edición de 2010 cuando la lluvia detuvo la marcha en Lucena. En camino veinte minutos después.

Comienza la terapia psicológica sobre mis dos acompañantes, todavía escépticos con la dureza del recorrido. Saliendo de Lucena descendemos por la nueva ruta dels Molins, tramo empedrado que accede a una maraña de juncos entre las aguas del río, dejando a nuestras espaldas la visión panorámica de las masías diseminadas del pueblo.

Un largo tramo de carretera asfaltada y un desvío a la izquierda con un siniestro cartel: Mas de la Costa. Comienza el infierno. Fotos ingenuas allí mismo, en un vano intento desmitificador. Ante nosotros una pista de hormingón en ondulante ascensión con desniveles de vértigo que superan el 30%. Sebas dedide subir en solitario a la carrera, para detenerse a los pocos minutos rendido a la evidencia. Absoluta dispersión entre los grupos. Algún caminante solitario. Imponentes perspectivas de montañas y valles. Ascendemos a buen ritmo, sin alardes deportivos, un tanto erráticos y con prolongados silencios. Las suaves temperaturas minimizan el esfuerzo. Alcanzamos relativamente frescos nuestro objetivo, a 938 metros de altitud.




Reposición de energías en el cuarto control, en una superficie boscosa donde nos detenemos por unos minutos. Cuando Ferrán comenta que quedan cuatro horas y media hasta San Juan, intuimos haber superado las pruebas más exigentes. Estábamos equivocados. Hasta alcanzar los 1.300 metros de altitud de la Lloma Saltadora el recorrido (PR 79) se nos hace interminable y especialmente duro, con las fuerzas justas y la abrumadora soledad de quien recorre un desierto sin referencias temporales. El paisaje se torna abrupto, irregular. Se ensancha el horizonte, crecen sin cesar los desniveles. Colinas desnudas de singular belleza se alternan con masas forestales de vegetación pirenaica. Cortados, desfiladeros. Pendientes. Indómitos senderos sin final. Suave brisa. La naturaleza se expande, el milagro se multiplica.

Mas de Montoliu, Lloma Saltadora. Buitres leonados planeando sobre el ganado y también-por qué ocultarlo-sobre nuestras cabezas. Llegando al Mas del Collado nos sorprende la visión lateral y cercana del macizo de Penyagolosa, cuya imponente estructura de granito permanece varada en la


niebla de los tiempos. En apenas 10 kilómetros hemos superado un desnivel aproximado de 1.000 metros.

Cierto reagrupamiento colectivo alcanzando el quinto control, oculto tras una pista empedrada por la que accedemos con reservas por la inexistencia-aparente-de puntos amarillos. Las piernas cansadas, el ánimo incorruptible. Conversación con los caminantes y los miembros del control. Mientras unos comen manzanas, otros-nosotros- optan por los bollitos de crema y chocolate: explicación racional de la disparidad física del caminante. Al partir hacia la Pista del Remolcador nos acompaña un tramo Groucho Marx, habitual practicum en las carreras de asfalto: 59 años, 450 medias y 55 maratones, si no me falla la memoria. No existen palabras para explicar mi admiración.

Atajando por una sendero señalizado, en el margen izquierdo del camino, desembocamos en la Banyadera. Pista prolongada, eterna, que avanza entre ondulaciones polvorientas. Han fallado los pronósticos y no va a llover. Un hito gris, con inscrustaciones metálicas, anuncia en un lateral el Parc Natural de Penyagolosa. La pesadez de piernas y el cansancio no pueden disipar nuestro buen humor: Juan Pedro sufre un arrebato místico y carga un pesado tronco sobre sus espaldas, mientras Sebas es el llanero solitario que camina arqueado por un descomunal escaldamiento en la entrepierna.


Convenimos que ahora no superaríamos un estudio científico de pisada ni un escaner cerebral, y que un análisis de orina revelaría múltiples anomalías. Llegando a la base del pico no vacilamos: vamos a subir. Un último esfuerzo. Resta hora y media de recorrido. Descienden las temperaturas. Son las 18.00 h de la tarde.


Desde la bella perspectiva de la explanada inferior contemplamos la inmensa mole de piedra parcialmente cubierta por la niebla. Tantos recuerdos, tantas ascensiones, el tiempo detenido en épocas remotas y en días que se fueron. Avanzamos con lentitud por un minúsculo sendero enmarcado entre laderas erosionadas y escasa vegetación, siempre hacia arriba, entre guijarrros y rocas cuaternarias, junto a pinares diseminados y caminantes que descienden a paso ligero en un goteo continuo, mientras a lo lejos arboledas y colinas se desdibujan como la imagen de un cuadro pintado en el horizonte. Superando un refugio de montaña el paisaje se endurece. Arboles dispersos, bajo matorral. Ya se perfila la cumbre, coronada en lo más alto por un montículo de piedra. Ultimo tramo de ascensión sobre un sendero serpenteante y desnudo, entre piedras fragmentadas. Venticinco minutos después llegamos exhaustos a lo más alto, a la altura mítica de 1.814 metros. Sencillas estructuras de piedra nos contemplan. Pendientes de vértigo junto a la permanente huella del hombre. Fotos de la vasta lejanía circundante, dominada por la niebla, desde la humana curiosidad por explorar los confines desconocidos. Una inscripción mitológica sobre una losa de piedra: "Penyagolosa, Penyagolosa, gegant de pedra....". Contemplando los límites de la provincia en el inabarcable horizonte de mi visión siento que es esa, y no otra, mi patria verdadera.


Bajamos de la cumbre a horcajadas, en sentido inverso a la ascensión. Lento descenso hacia San Juan por el Barranc de la Pegunta, bosque de insólita belleza cuyo sobrecogedor silencio, a esas horas de la tarde, sólo se ve truncado por el aleteo de los pájaros en las copas de los árboles. Sombras mágicas a la luz del atardecer. Vegetación indómita entre pinos frondosos, de altura descomunal. Bifurcaciones. Lejanías. Avanzamos como autómatas, sin apenas fuerzas pero exultantes por la inminencia del objetivo. Un contorno difuso se vislumbra en lo lejos, entre las tupidas arboledas: San Juan. Cuando alcanzamos el empedrado del ermitorio han transcurrido 58 kilómetros y doce horas y cuarenta y seis minutos desde la salida.

Miembros de la organización y curiosos en los aledaños. Todos los participantes se van reagrupando en los alrededores. Recuperación con bocadillos y caldo reparador en el bar. Mobiliario rústico, mesas de madera, arcadas de piedra: siempre me conmoverá el ambiente relajado del entorno tras una jornada extenuante. Breves reflexiones con los conocidos y cambio de indumentaria bajo los arcos del ermitorio, mientras mis acompañantes se muestran convencidos de repetir la experiencia en 2015. La organización, los vehículos de intendencia, las señalizaciones, el trato humano.... todo impecable y perfecto, como siempre. El autobús nos devuelve a Almazora tras un largo viaje caracterizado por la somnoliencia y los whatss telefónicos. Noche cerrada al descender.

Hace algún tiempo, un grupo de senderistas amantes de la naturaleza y de nuestras tradiciones abrió una nueva ruta hacia San Juan de Penyagolosa desde Almazora, desafiando la inaccesibilidad de la naturaleza. Un sentido homenaje a todos aquellos que de manera altruista y desinteresada han contribuido con su esfuerzo a este pequeño milagro.

                                                                          FIN